Marcos Dominici B.- Revisando entre mis libros, me encontré con uno que narra una situación muy particular, aunque no se refiere a nada que tenga que ver con «apretar la tuerca», pero sí nos ofrece una historia muy interesante, que deja a sus lectores una increíble reflexión.
Se trata de la historia del Gato de Almidón y el Guardián Abí. Les cuento:
Una vez, los señores de la casa decidieron salir por un tiempo, y contrataron a un guardián al que dejaron a cargo para cuidar de su hogar hasta su regreso; era el guardián Abí.
Pero en la casa la familia tenía una mascota, un minino al que todos le llamaban el Gato de Almidón.
Resulta que el morrongo era todo amor. Un animalito muy dócil, pacifico, tranquilo y fácil de dirigir. Como escuchabamos decir en los muñequitos: «Era un lindo gatito».

Hasta que un día al guardián Abí se le ocurrió divertirse un poco con el gato pero de una manera poco usual. Empezó a patearlo e intentaba pisarle la cabeza y la cola varias veces.
El guardián Abí amenazaba con su enorme zapato con la aparente intención de aplastarlo, y al verse acorralado entre cuatro paredes, el pícaro y madrileño Gato de Almidón, que era tranquilo y pacifico, sin saber qué hacer ni para dónde ir, sacó sus fuertes garras y cual zorro traicionero se lanzó furioso a la cara de aquel insolente gendarme, que al arañarlo le desfiguró todo el rostro.
Dejo el relato hasta aquí para pasar a la siguiente reflexión.
